Un interesante relato del estudiante Carlos Daniel Polanía Quiroga, del grado 701 de la Institución Educativa La Ulloa:
El Murmullo del Bosque
El reloj marcaba la medianoche cuando Elisa decidió adentrarse en el bosque. Nadie en su sano juicio se atrevería a cruzar esas tierras a esa hora, pero ella no tenía otra opción. Había escuchado las historias, desde niña, susurradas con temor por los ancianos del pueblo. Decían que el bosque estaba vivo, que sus árboles no solo respiraban, sino que guardaban secretos oscuros y que, en noches como esa, si te detenías lo suficiente para escuchar, podrías oír un murmullo, un susurro que te llamaba por tu nombre. Elisa nunca creyó en esas tonterías, hasta esa noche, cuando la voz que resonaba en su mente la obligó a seguir adelante.
Mientras avanzaba, la densa niebla se arremolinaba alrededor de sus pies como si intentara atraparla. Cada crujido de rama, cada sonido lejano, hacía que su corazón latiera con más fuerza. A medida que se adentraba más en el bosque, el murmullo se hacía más claro, más fuerte, y lo que al principio parecía ser solo el susurro del viento entre las hojas, se convirtió en una voz. “Elisa…” la llamaba, “ven a mí…” Era una voz suave, casi familiar, pero cargada de un tono perturbador que le erizaba la piel.
Elisa se detuvo en seco, luchando contra el impulso de seguir la voz. Sabía que estaba cerca del corazón del bosque, un lugar del que, según las historias, nadie había regresado. Sin embargo, algo dentro de ella la empujaba a seguir, a descubrir la verdad detrás de esos susurros. “Es solo un sueño, una ilusión”, se repetía a sí misma, pero su cuerpo no respondía. Era como si el bosque la hubiera tomado prisionera, atrayéndola más y más hacia su núcleo.
De repente, un destello de luz cruzó su campo de visión, y sin pensarlo dos veces, corrió hacia él. Tropezó varias veces en su desesperación, pero no se detuvo. La luz la guiaba, iluminando el camino en la oscuridad. Al llegar, encontró un claro en el bosque, donde un árbol enorme y antiguo se erguía en el centro. Sus raíces se extendían como garras bajo la tierra, y su tronco estaba cubierto de inscripciones que Elisa no podía entender. La luz provenía de un objeto que yacía en la base del árbol, una pequeña caja de madera adornada con extraños símbolos.
Con manos temblorosas, Elisa abrió la caja. Dentro, encontró un colgante, y en cuanto lo tocó, el murmullo cesó. El silencio que siguió fue más aterrador que cualquier sonido anterior. El bosque, antes lleno de vida, parecía ahora un lugar muerto. Pero Elisa ya no tenía miedo, porque al ponerse el colgante al cuello, lo entendió todo. El bosque no la había llamado para perderse, sino para encontrar su destino, un destino que cambiaría su vida para siempre
Con un último vistazo al claro, Elisa dio media vuelta y comenzó a caminar de regreso, pero esta vez, sabía que ya no estaba sola. La voz que la había llamado ahora estaba dentro de ella, guiándola, transformándola. Y aunque no podía explicar lo que había sucedido, sabía que nunca sería la misma. Porque, al final, no era el bosque el que estaba vivo, sino algo mucho más antiguo y poderoso que habitaba en su interior, y ahora, en el corazón de Elisa.
La Ulloa, 240824
Carlos Daniel Polanía Quiroga